Fragmento del libro El nuevo hombre, de Maurice Nicoll.
Podemos ser tentados de diferentes maneras y también hay distintas formas de caer en la tentación. Por el momento hablemos de ésta en términos generales. Siempre que sea real, toda tentación implica una lucha entre dos aspectos del hombre; cada uno de ellos procura obtener el dominio de la situación. Esta lucha tiene dos formas. Siempre acontece entre lo que es verdadero y lo que es falso, o entre lo que es bueno y lo que es malo. Todo el drama interior en la vida del hombre, y todos los resultados de este drama en términos del desarrollo íntimo, yacen en esta lucha interna en torno a lo que es Verdad y a lo que es falso, en torno a lo que es bueno y a lo que es malo. Y, efectivamente, es acerca de estas cosas, acerca de lo que siempre todo el mundo está pensando y cavilando en la intimidad de su mente y en lo más profundo de su corazón. La mente tiene como función el pensar acerca de lo que es verdadero, y el corazón es para percibir aquello que es bueno.
Tomemos la primera tentación en relación a lo que es Verdad. Esto ocurre en la vida intelectual de la gente. Cada persona sostiene algunas cosas como ciertas, las considera una verdad. En sí mismo, el conocimiento no es la Verdad; todos sabemos muchas cosas, pero no las consideramos ciertas o bien nos mostramos indiferentes a ellas. Mas entre todas las cosas que sabemos hay algunas que sí nos son ciertas, verdaderas. Esta es nuestra verdad particular, pertenece a nuestra vida personal, intelectual, por cuanto el conocimiento y la Verdad son de la mente. Ahora bien; la vida intelectual de un hombre no consiste sino en aquello que considera verdadero, y cuando algo amenaza esta verdad el hombre se ve preso de angustia. Y mientras más valor atribuye a lo que considera verdadero, mayor será la ansiedad que sienta cuando la duda penetre en su mente. Este es un estado de tentación moderado en el cual el hombre tiene que pensar acerca de lo que cree y valoriza como Verdad, y desde ahí luchará contra sus dudas. Es necesario entender que nadie puede sufrir tentación alguna sobre aquellas cosas que no valoriza. Sólo puede ser tentado en relación a lo que valoriza. El sentido de la tentación es reforzar, fortalecer todo cuanto el hombre justiprecia como Verdad. A través de los Evangelios se ve claramente la idea de que el hombre tiene que combatir y luchar en sí mismo. Los Evangelios se refieren a la vida interior del hombre.
Esto exige una lucha interior, o sea que la tentación es necesaria. Pero ocurre que algunas veces la gente se siente ofendida ante la idea que tiene que luchar por alcanzar la Verdad y pasar por tentaciones con relación a ella. Sin embargo, la realidad es que se necesita luchar para obtener el conocimiento tanto como se requiere combatir consigo mismo.
Ahora abordemos la tentación con relación al bien. Esta no es una pugna intelectual, sino emocional. Corresponde a la parte volitiva del hombre, a la parte de su voluntad y no a la parte que piensa. La base sobre la que descansa la voluntad del hombre es aquello que siente como bueno. Todo el mundo desea y actúa partiendo de lo que considera que es bueno, y todo cuanto el hombre verdaderamente quiere de sí mismo corresponde a su vida volitiva. Todo cuanto constituye y forma la vida volitiva de un hombre es aquello que está impreso en sí mismo como bueno. Si al ser humano le fuese arrebatado todo cuanto considera bueno terminaría su vida volitiva, en la misma forma en que terminaría su vida intelectual si le fuese arrebatado aquello que considera que es la verdad. En los Evangelios, la Verdad tiene que ver con lo que Cristo enseñó en la forma de un conocimiento, y el Bien tiene que ver con el amor a Dios y al prójimo. Ahora bien; para el hombre es bueno todo cuanto ama, y todo aquello que considera bueno constituye el motivo de su voluntad y sus acciones. Si se trata de un hombre que sólo se ama a sí mismo, su Bien será únicamente aquello que es bueno para él, y todo cuanto no sea esto lo considerará malo. El desarrollo de la voluntad ocurre a través del desarrollo del amor. Y el verdadero amor surge únicamente a expensas del amor propio. Pues bien; ya que el hombre sólo puede ser intelectualmente tentado a través de lo que considera como la Verdad, también puede ser instigado con relación a su voluntad y a sus acciones a través de lo que él ama. Y ya que en un sentido real la tentación es acerca de la Verdad del Verbo —o sea acerca de la enseñanza que contienen los Evangelios— y el Bien del Verbo, la tentación en cuanto al Bien se diferencia de la referente en cuanto a la Verdad; y solamente principia cuando el hombre ya ha comenzado a trascender el nivel del amor propio, del amor a si mismo, y llega al estado que se llama caridad, o sea del amor al prójimo mediante un sentido de la existencia de Dios como la fuente de todo amor. Las tentaciones en cuanto a la Verdad necesariamente comienzan antes de las tentaciones en cuanto al Bien. Pero si en el hombre no existe cierta caridad natural le será mucho más difícil pasar y vencer las tentaciones en cuanto a la Verdad. Y es que la Verdad tiene que penetrar y crecer en el hombre antes que éste pueda modificar la dirección de su voluntad; o sea, antes que sus sentimientos acerca del Bien puedan cambiar.
Cuando comienza a sentir la penetración de un nuevo Bien en él, percibirá que los dos sentimientos se alternan. Y más adelante sentirá en sí mismo la lucha entre el nuevo Bien y lo que anteriormente consideraba como bueno. Pero a semejante altura ya el hombre debería estar en situación de asirse con firmeza a la Verdad, sea cual fuere su falla con relación al Bien. El hombre se encuentra efectivamente entre dos planos, entre dos niveles de ser, uno superior y otro inferior. Y toda tentación real sólo ocurre cuando se da este caso, pues el nivel inferior le atrae. El hombre tiene que encontrar un camino entre ambos. En efecto el hombre se eleva un poco y en seguida vuelve a caer como un borracho que trata de levantarse del suelo. Pero si en realidad ha comenzado la tentación en cuanto al Bien, cualquiera que sea su resultado, cualquiera que sea el tiempo en que ocurra, el hombre no debe por ningún motivo permitir que su fracaso, o su aparente fracaso, desate en él una guerra contra la Verdad a que se sujeta. Si llega a permitir esta guerra, si llega a hacerla, perderá cierto sentido de la Verdad con cada fracaso, con cada caída. Sea lo que sea, haga lo que haga, el ser humano tiene que aferrarse a la Verdad que ha recibido y tiene que mantenerla viva en sí mismo.
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