puedes el alma levantar,
y aunque los tuyos te denigren
no haces caso de su maldad;
si cuando todos de ti duden
puedes en ti mismo esperar,
sin que la espera te fatigue
ni enflaquezca tu voluntad;
si a la calumnia no respondes,
si te odian y no aprendes a odiar;
si no haces gala de tu ciencia
ni ostentación de tu bondad;
si sueñas y no te dejas
de tus ensueños dominar;
si piensas, mas no consientes
que te esclavice tu pensar;
si ni el triunfo ni la derrota
turban tu serenidad
y a esos dos impostores
los contemplas con rostro igual;
si a los histriones de la plebe
puedes, tranquilo, tolerar
que conviertan en torpe engaño
el esplendor de tu verdad;
si las obras que más amaste
ves derribadas sin piedad,
y tratas con rotos fragmentos
de reconstruir tu ideal;
si de todos tus grandes triunfos
puedes, sereno, hacer un haz,
para aventurarlo sin miedo
a un solo golpe del azar;
si pierdes y no lamentas;
si cuando sientes caducar
tus nervios y tu cerebro,
"¡Firmes!" les grita tu voluntad;
si hablas con las multitudes
sin desmentir tu dignidad,
y puedes tratar con los reyes
sin creerte de estirpe real;
si ni amigos ni detractores
rompen tu ecuanimidad,
y aunque todos contigo cuenten,
nadie te logra cautivar;
si sesenta segundos de avance
te bastaren para saldar
en el balance de tus días
el minuto implacable y fatal...
Cuando a eso llegues y eso alcances,
tuyo el mundo entero será;
y lograrás algo más grande:
hijo mío, un hombre serás.
Traducción de Antonio Gómez Restrepo.